MILF planet is not a forbidden planet



Desde que los descubrieron, los hermanos Chang andaban como obsesionados comprando y leyendo cómics. Viajaban a todas partes del mundo para obtener lo mejor de lo mejor. Por supuesto, pararon (paramos, porque nos llevaron) en Nueva York. Era una cosa de dos días (ellos pueden darse ese lujo) y ya tenían el sitio identificado: Forbidden Planet, 840 Broadway, muy cerca de Washington Square. Temblaban extasiados ante los montones de revistas. No sabían si empezar por los cómics de Alan Moore, por los de Neil Gaiman, por los de Crumb o por las ediciones especiales de Marvel. Era demasiado. Desubicados, eléctricos, empezaron a ir de acá para allá. En cierto momento, terminaron al fondo del local, y ahí, donde se apilaban los cómics eróticos, encontraron un ejemplar de la editorial Moonstone que los dejó boquiabiertos.

El escritor Tony Lee y el artista Daniel Sampere aparecían como los encargados de darle vida a un súper héroe muy particular, un joven magnético, poderoso y, sobre todo, dichoso. M.I.L.F Magnet se llamaba el cómic. El magneto de las MILF.

Enmascarado, musculoso y vestido de un traje azul metálico, el joven Taser, transformado en MILF Magnet, temía y al mismo tiempo disfrutaba del acoso de unas señoras despampanantes colmadas de inagotables ansias de sexo. Ellas eran las MILF. ¿MILF?, se preguntaron los Chang. ¿Qué siglas eran ésas? ¿Se trataba acaso de una organización criminal conformada por terribles y hermosas mujeres? Buscaron a uno de los empleados de la tienda y le preguntaron. Éste los miró extrañado, casi se carcajea; no podía creer que aquellos chinos no supieran lo que eran unas MILF. Menos mal que los Chang todavía tienen corazón y, antes de que el vendedor hiciera algo impropio, alzaron sus dedos índices. Arriba, sobre sus cabezas, pegados cual hombres arañas, los asesinos locos de O-Ren Ishii aguardaban. Entonces el dependiente se dio a la tarea de explicar con gran seriedad qué eran las MILF. Los Chang, boquiabiertos, no lo podían creer. Envidiaron la suerte del joven Taser, quien, gracias a un accidente mágico ocurrido durante la lucha contra un supervillano, se convertiría en la adoración de las mujeres instauradas en esa edad gloriosa que las incluye dentro de la clasificación MILF.


De inmediato los hermanos recordaron los pasillos del Tolón Fashion Mall, del centro comercial San Ignacio, del siempre incólume CCCT, las variadas salas de cine de la ciudad, los gimnasios, los colegios (sobre todo los pre-escolares), las tiendas de jueguetes y los restaurantes y cafés de moda. Tuvieron una revelación. ¡Venezuela era un país MILF! ¡El país MILF por antonomasia! Entonces se dijeron que lo mejor que podían hacer para atraer a todas esas hermosas damas, para tenerlas a su lado y solazarse en el goce de su presencia divina, era montar un concurso de belleza. Si Osmel Sousa o como se llamase ese señor, tenía su concurso, ¿por qué ellos no podían tener el suyo? En vez de Miss Venezuela, los hermanos Chang tendrían su MILF Venezuela. MILF Venezuela Chang. Nada más y nada menos. Acto seguido nos llamaron. Nosotros, que como ya dijimos fuimos invitado a participar del periplo “comicsiano”, estábamos escuchando el último disco de Mettalica en la tienda Virgin, ubicada a unas cuadras de Forbidden Planet. El disco nuevo de Mettalica se intitula, por cierto, Death Magnetic, así que vayan creyendo en las cosas del destino, queridos amiguitos. El hecho es que contestamos nuestros celulares. En cada uno de los aparatitos un hermano Chang reclamaba nuestra presencia. Es decir, nos ordenaron al unísono que corriéramos a la tienda de cómics. Allí, en la puerta, los encontramos. Acto seguido nos montamos en su limusina Hummer y partimos al New Museum of Contemporary Art, edificio del 235 Bowery diseñado por dos japoneses esclavos de los Chang y en cuya cima se encuentra un helipuerto secreto donde nos esperaba un reluciente Bell 429. Así llegamos al Kennedy y del Kennedy partimos a Venezuela en un avión igualito al de Chávez, pero que no es el de Chávez.


Una vez en Caracas, nos dimos a la tarea de contratar a los mejores asesores en MILF (Joaquín Ortega, Roberto Echeto, Enrique Enriquez, Carlos Zerpa, Salvador Fleján, Lena Yau, Daniel Centeno, entre otros) y nos pusimos a organizar el concurso. No somos Lee ni Sampere, pero algo sabemos de MILFs, o eso esperamos, porque los Chang acechan. Desde las oscuras sillas del teatro acechan y observan nuestros ensayos, a nuestros artistas invitados, las escenografías y, sobre todo, a nuestras candidatas. Más bien, a sus candidatas. Y bueno, este es nuestro blog de siempre, el que promociona la nueva aventura de los maestros Chang.

Esperamos que lo disfruten. Salud, buen provecho y larga vida a M.I.L.F Magnet.


Fedosy Santaella y José Urriola (organizadores)

Huevos en ascensor

Lena Yau



Marcos espera en la esquina con la moto encendida.

Mira el reloj. Casi es la hora.

Saca un bote de CK One de la mochila y se vaporiza el cuello.

Apunta hacia las piernas y va dando toques hasta que llega al paquete.

Allí se detiene un rato perfumándose el doble de tiempo que el resto del cuerpo.

Ahora sí. Está listo.

La imagina acercando su boca directamente allí.

Abriendo el cierre de velcro con los dientes.

Oliendo su polla, sus pelotas.

Chupándolo.

El paquete se despertó.

Quieto caballo…

En cinco, cuatro, tres, dos, uno… una flecha vino tinto atravesó la calle.

Es ella.

Marcos arranca la moto y se pone detrás del todoterreno de Luisa, la vecina del 7 B.

El portón automático abre lentamente.

Entran.

El toma un atajo.

Llega primero.

Aparca.

Se baja.

Abre la puerta que conduce a los ascensores.

La espera.


....

Luisa mira por el retrovisor.

Detrás de ella viene Marcos, el chico del 7 A.

¿Desde cuándo está allí?

No recuerda haberlo visto en la avenida.

Es lo que tienen las motos. Son pequeñas. Aparecen cuando uno menos lo espera.

¡Cómo ha crecido este crío!

¿Qué edad tendrá ahora?

¿Dieciocho? Sí... dieciocho.

Luisa aparca y saca tres bolsas del súper.

Camina hacia la puerta del cuarto de ascensores.

Se tropieza con Marcos que le sostiene la puerta.

Él le recoge las bolsas.

Le mira los pechos.

Luisa siente dos alfileres helados en los pezones.

La garganta se le llena de aire.

La cara se le incendia.

¿Qué me pasa? ¡Si es un crío!

Recupera la compostura.

Le dura poco.

Mira las piernas del chico.

Duras, marcadas, lampiñas.

La nuez del cuello de tan perfecta es casi obscena.

Entran en el ascensor.


....

Qué buena está la tía.

Vaya par de tetas.

La tengo dura, de piedra, va romper la tela del bañador, va abrirse paso a través del velcro, va a levantar su falda, va a traspasar sus medias de nylon, sus bragas, maldita sea, se me queman los huevos, ¿cuántos pisos quedan?... Ni siquiera hemos comenzado a subir, voy a cogerle la mano y a ponerla sobre mi polla, mira cómo me tienes, perra, no, no, no me atrevo, ¿y si me acerco un poco y la rozo? Me froto así, tiene cara de viciosilla, seguro le gusta, si lo está pidiendo, tiene los pezones como dos canicas. Creo que si la toco me corro.


....

Después de todo no es tan crío. Dieciocho años. Es mayor de edad, no es delito. No tiene acné. Huele bien. Es caballeroso. Debe tener buena conversación. La madre me dijo que estudia Historia. ¿Qué me interesa a mí que converse? Un revolcón y ya. No. Si tiene conversación es un plus. Porque un revolcón es poco, y estos críos, con tanta testosterona ya se sabe. Exceso de testosterona y exceso de ganas que estoy a dos velas. Una tarde con este me garantiza cinco polvos. Ya no fumo. Algo habrá que hacer entre polvo y polvo. Hablar. Por eso sí que importa la buena conversa.


....

Me la tiraría cinco, seis, siete veces. Como me pone esta tía. Mis primeras pajas fueron a su costa. A los 12 años le robé dos bragas y un sujetador. Luisa hacía obras en su piso. Me pidió que mirara de vez en cuando a los albañiles. Entré en su habitación y cerré con seguro. Fisgué todo lo que pude. Toqué sus cremas. Olí su ropa. Me restregué contra sus sábanas. Me hice una paja con su toalla de cara. Busqué la cesta de la ropa sucia. Unas bragas de seda gris. Otras de algodón blanco con sujetador a juego. Las hice un puño y las guardé dentro de mis gayumbos. Su olor en mis partes. No necesité recuperarme para hacerme la segunda del día.

Es callada. No creo que me de la lata después de follar. Mi madre dice que hace unos macarrones sublimes. Menos mal. Porque a mí después de correrme me gusta comer

Y es que me pone… cómo me pone esta tía.


....

Estoy húmeda. Y huelo. Huelo a chocho. Chocho mojado. Si yo me lo siento, él también. Que lento va este ascensor. No aguanto la tentación de saber lo que hay allí. ¿Y si intento coger una bolsa y lo toco? ¡Tiene una erección! ¡Es enorme el chaval! ¡Qué hambre me ha entrado! ¿Habrá condones en casa?


....

Voy a parar el ascensor.

Voy a tocar el freno y me voy a follar a esta guarra.

Tiene los ojos vidriosos.

Lo está pidiendo a gritos.

La voy a levantar en peso.

Le voy a arrancar la blusa a mordiscos.

Le voy a rasgar las medias, las bragas y voy a bascular dentro de ella como un ariete.



....

Ostras.

Se para el ascensor.

Estoy sudando frío.

¿Por qué ahora?

Estaba decidida a tocarlo.

Es la maruja del 4 E.

No, sube.

Hasta el siete sí.

Enseguida se lo enviamos.

Buenas noches.

¿No?


....

La vieja de los cojones.

Le iba a meter mano y se abrió el ascensor.

Que sube con nosotros y luego baja a planta.

Que qué más dan tres pisos.

Que cómo me va en la Autónoma.

Que su nieta va a la Complu.

Se desinfla, se apaga, se achica.

Mi mastodonte se convierte en chihuahua en segundos.

Ella me mira.

Descarada.

Ahora sí, ¿verdad?

Hace unos minutos temblabas.

Ahora te creces, zorra.


....

Sí que tenía acné.

Y la erección… creo que era un calcetín que se movió de su sitio.

Estos chavales…

Donde haya un hombre middle age que se quite el resto.


....

Marcos, dale cariños a tu madre.

De tu parte, Luisa.

Venga.

Hasta luego.


....

En el cubo de la basura del 7 A descansa una botella de CK One casi llena. Marcos llama a Daniel del 11 C para que baje a jugar Wii.

En el teléfono del 7B la oreja de Luisa escucha como el teléfono de Luis suena sin que nadie lo coja. Es el tercer middle age al que llama desde que bajó del ascensor.

En el ascensor, la Maruja del 4 ríe macabra. Le encanta tocar los huevos.



http://milorillas.blogspot.com

Mamma mía

Ben Clark



Y que esto tenga que pasar precisamente en Navidad
Peru Saizprez

No deja de ser significativo que un heterosexual -86%-, como servidor, exclame ‘¡Madre mía!’ al contemplar a una bella joven paseando rúa abajo. Sí, desde la más tierna infancia sabemos una y sólo una cosa de nuestra madre; que se folló a papá. No es especialmente dramático pero sí una certeza ineludible: nuestra madre incurrió en la fornicación antes que nosotros y, en cualquier caso, es la única mujer cuya virginidad podemos poner en tela de juicio. Así, tras un análisis ontológico de nuestras madres como MILF(1) (MQMF) de los demás y analizando a la madre de nuestro prójimo hay que aceptar lo evidente y volver a utilizar, a pesar de las pocas líneas que llevamos, los dos puntos: nuestras madres son follables y nos pasamos la vida evocando la mitológica copulación que nos llevó a existir.

¿Freudiano? Sin duda. Pero hoy en día hasta el envase de leche omega 3 -¿qué es el omega 3?- es freudiano, así que dejemos al viejo cocainómano de Moravia en paz –no sin antes recomendar la distraída lectura de Introducción al Psicoanálisis publicado en Alianza 2002– y lancémonos al tema que hoy nos ocupa y nos preocupa. Es necesario legitimar la existencia del género MILF sin ver la santa imagen de nuestras propias madres comprometida.

En principio la cuestión no parece suscitar ningún problema ya que la contemplación de mitos del género MILF como Kristal Summers o Amber Lynn no nos recuerda, ni mucho menos, a nuestras madres. Se trata, más bien, de una combinación de ideas y conceptos donde se confunde el tabú de la liberación sexual de la mujer(2), el derecho a una sexualidad madura y la experiencia sexual acumulada que se intuye. En resumidas cuentas: que el hecho de que sea madre no interviene para nada. ¿Son entonces madres las MILF? Es posible que no sea la pregunta adecuada. Sería más razonable preguntarnos si realmente queremos que las Madres Que nos Follaríamos fueran madres. Después de todo el hijo ajeno es siempre una representación bastarda de una oportunidad perdida y un engorro.

El tema daría para muchas paj…inas y tampoco hay que preocuparse en exceso. Cualquier argumento en contra se topa con Angelina Jolie y cualquier argumento a favor con Ana Botella. No nos queda sino evocar las palabras del poeta Peru Saizprez, que nos recuerda en un poema que la Virgen María fue desvirgada por Jesucristo y que, con todo, aquello pasó en Navidad. Así que no debemos sorprendernos. Jamás.


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1. MILF, del inglés Mother I’d Like to Fuck (madre que me gustaría follarme), se refiere a las mujeres que a una edad relativamente avanzada (en la pornografía de 40-50 años) aún son atractivas y sexualmente deseables. Normalmente una MILF se corresponde con cualquier mujer que pudiera ser la madre del que usa dicho término (para un joven de 20 años una MILF sería cualquier mujer con edad para ser su madre, entre 40 y 50 años). Generalmente estas actrices sostienen encuentros sexuales con actores porno jóvenes en las películas MILF. En español se tradujo como MQMF (Madre Que Me Follaría). Fuente: Wikipedia.

2. Hablo, claro está, de una MILF de principios del siglo XXI, cuya edad podría estimarse en 40-50 años (nacida, por lo tanto, entre 1950 y 1960) y perteneciente a una generación que ha vivido el mito de la revolución sexual sin vivirla en absoluto –véase The Sexual Revolution (American Social Movements) Williams. Greenhaven Press. 2002– y que se integra en la masiva difusión pornográfica que ofrecen los medios a partir del año 2000. Habrá que ver, entonces, si en el año 2050 existen o no las MILF. Lo dudo.



delversoyloadverso.blogspot.com

Las inquilinas

Salvador Fleján


Para A, a quien iba originalmente dedicado.


Esto pasó luego de una de las tantas reconciliaciones que tuve con mi ex mujer. La separación había durado un año siniestro en el que no tuve mejor idea que irme a vegetar a Miami, como si en Florida pudiera hallar outlets especializados en despechos. Cuando regresé, lo hice con 30 kilos menos, un forzado bronceado cortesía de los empleos a la intemperie y mucho, muchísimo arrepentimiento.

El retorno al hogar no estuvo exento de algunas sorpresas de bienvenida. Mi ex mujer había engordado con la severidad de las abandonadas y su pelo parecía trabajado por el rencor de un estilista bizco y subpagado. También había adquirido ciertos hábitos (¿o ya los tenía desde siempre?) que me irritaban en exceso: pronunciaba las eses con exasperante corrección, agregaba demasiado ajo a las comidas y se había vuelto aficionada al canal Infinito.

Pero nada me sorprendió tanto como el asunto de las inquilinas.

Lo de las inquilinas, por supuesto, tenía su previo. El dinero había comenzado a escasear desde el momento de mi partida y mi ex mujer no tardó en sentir nostalgia por el aceite de oliva extra virgen y el planchado de tintorería. Aún lamento la primera medida que tomó al respecto: remató al mejor postor una enciclopedia británica del abuelo junto con una invalorable colección de discos de Led Zeppelin. El producto de las ventas apenas le sobrevivió una quincena; tiempo suficiente para que los clasificados de Últimas Noticias la tentaran a incursionar en el seductor negocio inmobiliario.

Pero aquí tuvo su primer tropiezo. Al parecer no le fue fácil tomar una decisión con respecto a la habitación de servicio, lugar al que yo llamaba mi “estudio” porque allí guardaba la enciclopedia del abuelo. Se pasó un mes de espanto enseñándosela a los potenciales inquilinos que, sorprendentemente, hasta cola hicieron frente al apartamento.

Me cuenta mi ex mujer, que algo sabe de cine y poco de alquileres, que aquello parecía más bien el casting de una película de Passolini: ancianitas ciegas, lisiados melancólicos, gente con protuberancias abdominales, en fin, toda una corte de los milagros anhelante de mejorar su calidad de vida.

Una tarde se aparecieron Olga y Tania. Olga aún llevaba puesto el delantal del Yakuza Sushi Bar y despedía un olor a pescado fresco interrumpido, a veces, por una dudosa fragancia traída de Maicao. Su cuerpo de danzarina árabe y su rostro de madre superiora luchaban por acoplarse y proyectar una imagen confiable. Tania era chiquita, bonita e insignificante. También era la que mandaba. Las dos venían de Mérida y a mi ex mujer le encantó la manera como ambas pronunciaban sus “eses”.

Olga y Tania llevaban cinco meses instaladas en la habitación cuando yo volví al apartamento. Me gustaban porque eran discretas y puntuales con la paga. No gastaban mucha agua caliente y Olga siempre traía bandejas de rolls y tempuras a las que llegué a aficionarme viciosamente. Pero aquel exceso de pescado crudo en poco o nada ayudó a evitar un nuevo naufragio matrimonial. El sexo activo con mi ex mujer apenas si había durado un par de semanas y yo sentía que aquellas sesiones eran más un homenaje al pasado que el reavivamiento de la llama doble.

El canal Infinito, hay que decirlo, tampoco fue de gran ayuda. Al parecer, el único encuentro cercano que le interesaba a mi ex mujer eran los del “tercer tipo”. La cosa hizo crisis cuando comencé a sentir algo parecido a los celos. El problema fue que el objeto de mis celos era Nostradamus.

Entonces hice lo que se suele hacer en este tipo de situaciones: me enganché al Internet.

Internet es el paraíso de los gordos, los feos y los desesperados. Yo entraba en algunas de esas categorías y no fue difícil convertirme en adicto. En poco tiempo llegué a tener una novia virtual búlgara que luego terminó conmigo vía Facebook. Amigos en Tailandia y en Cochabamba. Compraba estupideces por Amazon y hasta jugué black jack en línea. Pero mi fuerte eran las páginas pornos. El sexo que no obtenía en mi habitación me llegaba por fibra óptica, barato y a raudales, a la sala del apartamento con sólo mover el mouse. Mis favoritas eran las de sexo amateur. Las de amas de casa gorditas y desatadas. Esas me gustaban por honestas y posibles. También porque no exigían pago con tarjeta.

La noche en que oí los ruidos yo estaba metido en You Porn.com y pensé que aquellos sonidos provenían del video de una señora alemana que tenían amarrada al copete de una cama. Esta idea pronto la descarté cuando escuché algunos plurales criollos, perfectos y sofocados.

Mi ex mujer vivía en uno de esos viejos edificios de la avenida Victoria, en un apartamento que heredó del papá: un electricista napolitano y pichirre que jamás lo remodeló. Las puertas eran originales de los años cincuenta, pero parecían provenir de los escombros de un bombardeo aliado. Fue por aquellas fisuras y hendijas que tachonaban la puerta que alcancé a ver, en vivo, lo que Internet apenas me entregaba pixelado.

Tardé un poco en concentrarme en el motivo que me había llevado hasta allí. Olga y Tania habían convertido la habitación en el emporio del peluche: un oso polar, rosado, vigilaba desde una silla los requiebros de sus dueñas. Una colección de muppets, sonrientes y de pésima factura, colgaban de las paredes como trofeos de un día de caza buhoneril. Debo admitir que los muppets me gustaron; no así un Rey León de gesto sádico y prepotente que acechaba desde la mesita de noche.

Otro detalle que me robaba concentración era el televisor. Estaba encendido y un señor de barba blanca y turbante parecía girar instrucciones muy precisas desde el monitor. Más adelante, en la pantalla, apareció un collage de imágenes de Ghandi, Hitler, Buda y la bomba atómica que me suministraría algunas pistas sobre los recién adquiridos hábitos televisivos de mi ex mujer.

Cuando al fin logré enfocar el lugar de los acontecimientos, tuve una visión mística, puede que religiosa: si uno no se dejaba despistar por el dildo de última generación que Tania sostenía en el aire, el título del cuadro bien hubiera podido ser: “María Lionza cabalga sobre la danta”. Olga, en su rol de danta, estaba echada boca abajo y, a juzgar por las expresiones de su cara, parecía estar en medio de un examen de matemáticas complicadísimo.

El punto de mira que yo había escogido tenía peculiaridades que suele asociarse a lo prohibido: era estrecho e incómodo. El estrés sobre mi cuello y rodillas me obligaron a cometer un error táctico: abandoné la vigilancia en busca de una posición quinesilógicamente más placentera. Esta acción me hizo sentir como si me hubiera perdido el giro decisivo de una trama. Algo similar a no enterarse de que Bruce Willis siempre estuvo muerto en Sexto sentido.

Mi nueva postura no era mucho más cómoda que la anterior, pero al menos ya no iba a requerir de una cirugía de meniscos en el futuro. Sin embargo, en la transición, se me esfumaron algunos detalles interesantes. Nunca supe, por ejemplo, en qué momento hizo su aparición el otro dildo de dimensiones de pimentero y, lo más importante, cómo hicieron para que éste cupiera en el lugar donde estaba metido.

Observar este tipo de cosas en tiempo real tiene particularidades que la magia del video siempre escamotea. Las cosas siempre suceden a un ritmo y con una violencia tal que el espectador poco atento suele sentirse perplejo y aterrado, como si lo pillaran en medio de una balacera. Tania daba nalgadas y órdenes como si ambas cosas resultaran complementarias y lógicas. Eran golpes sonoros y plenos que Olga acusaba unas veces con reverencia y otras con sumisión. Algunas posturas que juzgué imposibles y ciertas destrezas hasta ese momento ignotas para mí, me hicieron sentir una mezcla de exclusión, bochorno y fascinación.

En eso estuve un mes.

Mucho me extrañaba que pasara todo ese tiempo sin que mi ex mujer me sorprendiera pegado como una ventosa a aquella puerta. En un principio quise atribuírselo a la suerte, a la casualidad o a las probabilidades. Todo era posible. Hoy manejo otra teoría al respecto.

El caso fue que finalmente mi ex mujer me sorprendió. Sucedió un lunes en que Olga y Tania experimentaban con frutas y vegetales. Aquella noche yo estaba instaladísimo en la puerta y hasta una cubalibre me había servido para darle coherencia al show. Cuando estaba a punto de descubrir las posibilidades sensoriales que eran capaces de producir dos tomates peritas embutidos en un condón, mi ex mujer abrió la puerta de su habitación.

No era fácil explicar una situación como la mía. Tampoco pretendí hacerlo. En lugar de eso, gesticulé una señal de silencio y le pedí que se acercara con un ademán que intentaba ser divertido. Sorpresivamente, mi ex mujer accedió. Cuando estuvo cerca, advertí que sólo llevaba puestos un perfume carísimo que le había comprado en el duty free del aeropuerto y unos zarcillos con el signo del infinito.

Entonces, con más ternura que sigilo, me apartó y tomó mi lugar en la puerta.

La señora de un General

Daniel Fernández


Él había sido un militar de alto rango que podía darle en el gusto a su mujer en todo, o bueno, en casi todo: le compró una boutique, no regateó el precio y mandó a remodelarla con los bosquejos de su esposa (para algo había estudiado diseño). Además, todos los fines de semana le comparaba una caja de chocolates que le duraban una semana: venían siete de los más finos que se pudieran encontrar en Barcelona, la tienda los traía directamente de una pequeña fábrica en Florencia, que era conocida por su cacao africano. Ella los comía al llegar la noche, un poco antes de irse a la cama. Los chocolates eran sumamente suaves, y le permitían dormir profundo, como el cansancio de días resuelto por el sueño de una pequeña barrita.

Ni ella ni él hablaban del momento del chocolate, ni de día ni de noche, ni cuando estaban solos, incluso ella los comía cuando Florencia, su hija, estaba dormida. Apagaban todo y el Teniente Coronel se daba media vuelta en la cama mientras escuchaba como ella engullía lentamente el chocolate, la escuchaba chuparse lo dedos, la escuchaba acomodarse, poco faltaba para que escuchara como las glándulas seguían expeliendo jugos al interior de sus labios. Se dormía y roncaba.

Los chocolates de años empezaron a hacer mella primero en sus caderas y luego en las tetas. Llenar los pantalones que nunca había podido llenar y pasar de la copa B a C fue tan interesante como un programa de geología. De su boutique sacó todos los sostenes y calzones que encontró y tiró toda su ropa interior. Él seguía durmiendo por las noches, esperando el próximo juego de guerra.

El ahora General de Brigada era invitado a las fiestas de los generales, y tenía que asistir con su esposa, una dama de la sociedad armada, delgada, compuesta y recompuesta por el tiempo o los médicos si era posible, sin embargo la cintura la iba a obligar ya a comprar nuevos vestidos de noche o a asistir a las liposucciones de rigor. Nada de eso fue necesario. El blindado en el que viajaba el general recibió un tiro de mortero que cayó justo dentro del vehículo, a través de la escotilla en la que él miraba los ejercicios. Las esquirlas se incrustaron por todo el interior y el general murió desangrado mientras recibía atención.

Un mes atrás su hija había cumplido quince años, hacía tres se había desangrado su esposo, y anoche se habían acabado sus chocolates; en cambio había todavía cinco en una caja, en la habitación de Florencia.

Esa mañana, al llegar a su tienda se encontró con una clienta que solía hacerle pedidos especiales, vestidos negros apretados o rojos de noche, con escote y sin espalda. Tenía una edad indefinida por encima de los treinta y cinco, buena figura y un marido adorable, probablemente diez años menor. A ella le contó lo del marido muerto, lo de Florencia, lo de sus chocolates, las noches de noches sin él y las de su hija. Sonia estaba parada con el vestido en las manos, Gabriela estaba detrás del mostrador a punto de llorar. Ven a mi casa a cenar mañana, le dijo Sonia, que ahí conversamos mejor, además, no es bueno llorar en público a los cuarenta, que las dos nos vemos viejas.

Esa misma tarde fue al colegio de Florencia y la encontró conversando con un hombre de unos veinte años. Lo miró de lejos, mal sentada sobre el tapiz de su auto, pensó que no podía dejar los chocolates para la noche, sentía el sabor en la boca. Arrancó el auto y se dirigió a casa, llegó a buscar los chocolates, pero cuando los vio se arrepintió, los dejó ahí esperando la noche para atacarlos, no fuese a llegar su hija.

Al día siguiente Sonia conversó con ella, le sirvió pasta y vino, dos copas más y Gabriela le describió al hombre con su hija, de ella no dijo mucho, a él lo describió con detalles, repasó la ropa y lo que había de piel: los pómulos, la mandíbula, las manos que había alcanzado a ver de lejos, las piernas imaginadas, los brazos y las manos de nuevo, con lujo de detalle. Quizás lo último no lo dijo, solo se quedó sentada mordiéndose los labios, mirando el vino, hasta que se dio cuenta que estaba sola.

Llamó a Sonia y caminó por el pasillo hasta la cocina, llegó hasta una habitación alfombrada, vacía, excepto por el sillón blanco. Se sentó en él y se durmió. Despertó con un leve mordisco en la nuca que la hizo tiritar, habían dos dedos entre las piernas y le mordían los pezones por sobre el vestido. Sonia gritaba más allá como si los pulmones se fueran a salir, estaba roja y su marido se lo metía con fuerza por atrás. Vio la cámara frente a ella y sintió la máscara en la cara. Dejó que el chico que jugaba con los dedos la enjugara con su lengua, y tomó al que la mordía para besarlo, pero no pudo, se le escurrió entre el sudor. El marido de Sonia estaba a punto de terminar, se lo gritó… y acabó.

Gabriela abrió bien los ojos y vio que todos estaban duros, incluso el marido de Sonia, ninguno tenía más de veintiséis. Tomó la pija del más niño y se la metió en la boca, trató de sacar todo lo que había dentro. Se dejó penetrar. Le gritaron que estaba buenaza esa mamá, le gritaron que los dejara terminar, le gritaron que se la iban a echar dentro, que tenía que aguantar. Y se fue uno, se fue el segundo, terminaron los tres dentro de ella. El marido de Sonia quedó al final. También terminó dentro de ella, le acarició las tetas, las caderas y la cara llena de chocolate. Eligió a uno de los chicos y se durmió.

Florencia está quieta, comiendo chocolate, con la boca abierta, nunca había visto a su madre reírse, llorar y gritar. Era la señora de un General.

Esto no es Arjona

Daniel Centeno



Al hermano Chang siempre le han gustado los comeback. Lo cierto es que estos no tienen que ver con los Stones o José Luis Rodríguez. Entre los grandes regresos que ha aplaudido a rabiar, cuando sus manos están libres, se pueden contar los de Ginger Lynn Allen, Seka, Kay Parker o Christy Canyon. Mujeres negadas a envejecer, con turgencias desaforadas y entusiasmo juvenil.

No sabe este hermano Chang por qué le pasan estas vainas en su vida oriental. Cree que el furor le viene del bachillerato. Hace unos días la mamá de Alejandrito fue a recoger las notas de su retoño. La señora, una cuarentona de pelo esponjado y andar felino, entró al salón a saludar a la profesora de matemáticas. Con la boca pintarrajeada de rojo sangre, piel embutida en un breve vestido y perfumada de un pachulí que espantaba al desayuno, miró a su hijo y le soltó:

-Hola, Alejandro Manuel, pórtate bien.

Chang cree que en su organismo se disolvía un alka-seltzer. Todo era efervescencia y pecado. Antes de desvanecerse por un sopapo, recuerda no haberle quitado la vista al culo de la mujer, cuando le dijo a Alejandrito:

-Tu mamá está buena, pana.

Desde entonces, las baldosas de sus baños asisten a una ceremonia eterna de idolatría a mujeres que pueden ser su madre, tías o madrinas. El hermano Chang se postró con cada descubrimiento que hizo: Russ Meyer y sus neumáticas, la serie de Candy Samples, de Uschi Digard, Yuyito en Sábado Sensacional y Kitten Natividad en su papel de ultra vixen chicana.

Ayer mismo estaba en el psiquiatra juvenil y le contó su compulsión al dueño del diván. El profesional, familiar de Chang, lo escuchó y le dijo que todo era perfectamente normal, que no hay que afligirse, que la "industria" sabe que hay madres que uno quiere beneficiarse, por lo que acuñó el término MILF (Mothers I'd Like to Fuck). Le dio unos links de Internet y le recomendó una serie que hace furor en Japón: la de Dream Stage, la productora especializada en escenas con trabajadoras que pasan de la cincuentena de años.

Ahora Chang se siente mejor, menos enfermo y más entendido. Se le ve poco por el barrio. A él no le importa, porque a la distancia de una tecla puede imaginarse en actos lúbricos con una maestra de escuela, con una cocinera o una panadera. También se ha topado con diosas de antiguo esplendor y eterno renacer rescatadas de un naufragio: Julia Ann, Janine Lindemulder, Selena Steele…

Quiere preguntarle a sus amiguitos, Echeto, Santaella y El Tumbelino, qué hubiera sucedido con Haydee Balza si esta alta tecnología cosmética hubiera estado disponible en su tiempo. Cómo hubiera sido el desempeño de Angélica Arenas con más corte y costura y menos pacatería. ¿Y Lila Morillo dónde hubiera quedado en este recuento hace 15 años?

Ellos no son Alejandrito. Lo entenderán. No arremeterán contra él, aunque quede como el verdadero Gran Masturbador de Dalí.

Razones para convertirse en una MILF

Yoyiana Ahumada

(Demilf Moore)


—Lo que pasa es que tú no aceptas que tu edad permite ciertas cosas —dice Laura.
—¿Yo? No, tú estás verdaderamente loca, lo que no entiendo es porque apenas se abandonan los 39, que digo 39, los 35… y ya el complejo con el estado de eterna adolescencia va para sociopatía. Sobre todo en este país, donde la nueva Miss Venezuela, a decir de Osmel Sousa, no necesita inteligencia. ¿Para que medir el IQ, cuando son más importantes las caderas, el busto, y la estatura? Pisas los 35 —después serán los 20— y ya hay que salir corriendo para casa del cirujano plástico (no cualquiera, el de moda y más caro) para endeudarse y aguantar esos dolores horribles y transformarse en una muñeca de goma: Prótesis en las nalgas, prótesis en los senos, labios de silicón, extensiones, uñas de acrílico… ¡Dios! Más que una cuarentona, en la nueva nomenclatura cuarentenager —y en la mía cuarentaygozona—, lo que voy a parecer es una habitante del Sillicon Valley…Y lo peor, para competir con las amigas que a su vez le van a contar a otras y otras que fulanita se estiró las carnes, que se puso bottox y parece del Museo de Madame Tussaud… No, no quiero ser una milf…

APARTE Y MIENTRAS SE MIRA EN EL ESPEJO, SE VE LOS CACHETES FLÁCCIDOS, LOS TOMA ENTRE SUS MANOS Y SE ESTIRA.

—¿Ves? Esto es de tanta morisqueteadera y lloradera, si hubiera sido menos pasional a lo mejor no estaría tan ajada. Ni tendría esta sonrisota.

(A ver, la primera vez que le escuché esas siglas a Laura, me dije que quizás sería uno de esos nuevos sintagmas como Think tank o Multitask; esos que se ponen de moda por los usos del lenguaje y a lo mejor desaparecen fugaces… ¿Pero Milf? Ah, debe ser un nuevo Ministerio, como el Popo, ¿Poder Popular…? Pensé que debía ser una aberración lingüística como el dequeísmo. ¿Milf? Me lancé para la Wikipedia, nuevo mataburros que persigue la alcurnia del DRAE. Mother I’d Like to Fuck… ¿Que? ¿Madre que me follaría? Seguí leyendo para ver de hablaba Laura…

“Normalmente una MILF se corresponde con cualquier mujer que pudiera ser la madre del que usa dicho término (para un joven de 20 años una MILF sería cualquier mujer con edad para ser su madre, entre 40 y 50 años)."

Claro, como la Demi Moore, me dije. Como la Demi que está cumpliendo 43 años y parece una diosa. ¿Y cómo no va a parecerlo? Es millardaria y se hace cambios de sangre y baños de oxígeno, no le cortan la luz, baila el dancepole, tiene entrenador personal, usa cremas extraordinariamente caras de polvos de Oro de L’oreal, o de La Praire, que es a base de caviar y que un frasquito te cuesta el alquiler de mi apto; y para más tiene un novio 10 o 12 años menor que ella, un muchacho que es un churrito, varonil, que no la necesita para mantenerse, porque ese Ashton Kutcher tiene lo suyo… Pero y una ¿a quién busca para ser milf…?

A medida que la materia me fue captando, empecé a leer y ahí entré para descubrir que los muchachitos de 20 años –porque sirven sólo si no tienen cerebro pero sí muchos abdominales de cuadritos… y se le prohíbe recitar poesía— se la pasan aplastados contra la silla del computador, y es ahí donde su imaginario de escasas ideas, por la corta experiencia amorosa y sensorial, se nutre con las mujeronas alemanas y gringas que se lanzan sobre el muchacho que pasea los perros o el que limpia la piscina, porque ya los jardineros quedaron para otros tiempos literarios. Es ahí donde estas mujeres —“búscate una vieja de 40, chamo, para que te enseñe todo lo que sabe”— aparecen como la nueva conquista, a manera de las expertas en artes amatorias de los viejos lenocinios –una palabra tan vieja como su función de educación sentimental.

Por no dejar terminé poniéndome láser en la cara —es menos agresivo— y bottox a discreción. Además aprendí la danza del vientre, porque las instructoras de Pole Dance de estos lares imparten clases en sitios de dudosa reputación y tampoco. Según Laura ya estaba lista para ser una milf)

—¿Pero de verdad, Laura, tú estás teniendo un flirt con el hijo de tu amiga Amanda? ¡Pero si es una criatura! ¡Tú lo llevabas al parque con tus hijos!
—Tan sencillo como que ahora lo llevo a la cama —responde Laura—. Me lanzaba y el piercing del ombligo campaneaba.
—¿Quién paga las cuentas? Porque imagino que salen juntos para algún lado ¿o no?
—Yo que para eso trabajo y recibo la pensión de divorcio que me dejó el viejo Ricardo —explica Laura con una lógica de redistributiva mi amiga.
—¿Y todo ese tema de sentirse representada por un hombre?
—Para representarme estoy yo. A mí no me interesa bailar reggaton pero si así fuera voy y me divierto y la paso muy bien.
—¿Y de verdad te llena Santiago? ¿No te da miedo que el día menos pensado se aparezca una muchachita de su edad y, como es natural, se entusiasme y te deje?
—La diferencia es que aunque una es, porque tú también lo eres, “una madre que ellos se follarían”, una es la que tiene el mando, una es la que decide, porque no voy a venir yo a estas alturas a pensar que la historia de Ashton Kutcher y Demi Moore es mi cosmogonía amatoria, o mi cuento de hadas particular. Yo me divierto, me siento ligera, el muchacho se aplica. Yo me siento deseada, y me estoy renovando.
—¿Pero y la energía? Porque por más ejercicios, entrenamiento y vitaminas, 45 años son 45 años.
—Shhhhh para mí son 40, sólo 40 y poquiticos. Pero te confieso que a veces no le atiendo el celular, la última vez me dejó tan exhausta que no fui al gimnasio por 4 días. A lo mejor esto se termina por cansancio. Jajajajajaj. Pero, ¿quién me quita lo bailao?

GRAN PAUSA. ELLA VUELVE A MIRARSE AL ESPEJO. MIRA LA HORA Y DICE:

—Mira Laura, está bien, quiero probar. Creo que estoy lista para empezar a ser una milf, como tú dices. Después pienso publicar mis memorias. Los japoneses tienen sus geishas, y nosotros a las Mujeres Dominantes y Gozonas, MUDOGO. Jajajajaj.
—Ya lo tengo, llamo a Santiago que tiene un amigo que no tiene novia y quiere probar el encanto de la mujer madura…

LAURA MARCA SU CELULAR. MIRA A SU AMIGA:

—Ah Felipe, se llama Felipe, perfecto en una hora en el mismo sitio.

MILF: M+I = LF

Enrique Enriquez


La letra M de la palabra MILF es una mujer que muestra un escote. Una mujer como Monica Belluci, o como la Michelle Pfeiffer de Relaciones Peligrosas, o como todas esas mujeres que en el mes de mayo se lavan la cara con agua de lluvia para alejar al bisturí. Esas mujeres que han descubierto que la gravedad puede ser un escultor amable. Una mujer con pechuga sin preservativos ni hormonas que se pavonea frente a la I, que vendría a ser un sujeto esmirriado, un flaquito como Roberto Begnini, o como un Ramón Valdéz veinteañero, un manganzón con cara de ahijado capaz de comer tiza o ponerse supositorios de ajo con tal de no ir a clase, que todavía no sabe que las mujeres son como el vino: todas dan dolor de cabeza. Un firifiri que se queda petrificado y con las manos en los bolsillos, aparentemente intimidado por la pechugonería de esa M tan frontal, con su escote profundo y su batidita de hombros. La M le muestra la pechuga a la I como quien pone una bandeja de profiteroles en la vitrina de su pastelería, para que los pobretones se babeen. La M lo hace porque tarde o temprano, en algún momento, la única persona que no logra hacernos sentir atractivos es la propia esposa o el propio marido, y es bueno hacernos sal ante los ojos de una gallina extraña para reconocernos y sentirnos la propia sangre en el cuerpo así sea por un rato, por el tiempo que dura un guiño. Y en lo que la I responde y se "emociona" se vuelve L, porque la L luce como un sujeto priápico, como una letra I "encarpada". Cuando la M ve aquello sale corriendo convertida en letra F, que se ve como una mujer que escapa hacia la derecha con los brazos extendidos, demostrando que ella en verdad era puro cuento, puro "hot", que ella lo que estaba era jugando, y que mejor la L se pone a pensar en Joseph Ratzinger tomando un baño de asiento, o en los trámites para pagar el catástro, o en las ojeras de alguien llamada "Margot", para que se le baje "eso". Pero la L sigue encarpada. Morenito de Maracay no suelta las banderillas y dice que él también estaba jugando porque, precisamente, jugando la mete el perro. Así que la L y la F de MILF, juntas, semejan a un sátiro puyón y una mujer que huye. Son la parte final del cuento que empezó con el coqueteo de la M frente a la I. Si la L alcanzase a la F copularían formando una perfecta E. Supongo que habrá que decir entonces que la L persigue a la F "para hacerle el favor", porque la F está incompleta sin ese palito gozón que la L tiene allá abajo, y bueno, porque todo huevo quiere sal. No sé. Yo simplemente sé que evidentemente MILF es una palabra pornográfica porque veo a la F proferir un gritico, mientras la L le dice "¡Échame pelo pa'...!"

El reino de las milfs

Roberto Echeto ®


Una milf es una mujer que se encuentra en el punto máximo de su belleza corporal. Dependerá de ella y de sus circunstancias el que esa cúspide dure años o no. En las milfs, los genes y las cremas hidratantes se dan la mano para forjar criaturas a las que provoca darles millones de besos y cuidarlas sin que nos importe su edad.

Esas damas sedosas que andan por ahí, perturbándonos con su mezcla deliciosa de experiencia y belleza, de sabiduría y voluptuosidad, de dulzura y deseo, viven en el reino explosivo donde las pequeñas arrugas conviven en equilibrio con ciertas redondeces. Eso es lo que todos hemos visto alguna vez en ciertas maestras, en ciertas jefas, en ciertas amigas, en ciertas actrices y en algunas de las mamás de los amigos de nuestros hijos. Las milfs están por doquier, encendiéndonos la máquina pornográfica que los hombres tenemos más arriba del cuello porque una milf es eso: una «mami», una belleza de carne y hueso que desmiente la especie según la cual sólo las Lolitas son deseables.


Y es que aunque la reflexión que aquí hacemos esté marcada por el tema de la edad, las fuerzas que puede desatar una mujer están fuera del tiempo. Así que volverse milf o no, es (como todo lo que rodea a las damas) un misterio. No se es milf a partir de una edad determinada ni se deja de serlo a partir de otra. Ahí tienen ustedes a Amparo Grisales, quien ya lleva años siendo una belleza jubilosa y ahora es cuando empieza a vérsele el dibujo de un reloj de arena en su piel morena. Ahí tienen también el caso de las españolas. Dadas las características de sus pieles demasiado sensibles a la luz del sol, las españolas pasan casi directamente de ser adolescentes a ser milfs… Y que conste, ¡oh, españolas preciosas! Sois bellas y nos gustáis mucho. Eso sí: usad un buen protector solar y no abuséis del bronceado porque os arrugáis rápido y pareceréis las hermanas de vuestras madres, en lugar de sus hijas.

Confieso que soy bruto y tratar estos temas delicados me cuesta mucho, entre otras razones, porque debo medir mis palabras para no parecer un sobador. A riesgo de que mis lectores piensen lo que quieran, debo decir que la belleza femenina siempre me ha parecido una línea ascendente que llega a un punto en el que pareciera que la mujer va a estallar, pero no por gorda, sino por lo bella, por lo apetitosa que se ve, por la proporción que se forma entre su carácter y sus formas contundentes, entre su donaire y sus hombros, entre su cuello y la playa que lleva en el pecho… Hay mujeres que tienen unas batatas tan lindas, que provoca quedarse a vivir en ellas, montar un apartamento, mandar a conectar Direct TV, poner una hamaca para dormir siestas sin número y leer libros de ciencia ficción.


Si bien el término «milf» forma parte del diccionario de la pornografía contemporánea, es hora de usarlo fuera de él y aceptar con toda la maldad del caso que nuestras esposas, nuestras hermanas, nuestras novias, nuestras primas, nuestras amigas y miles de millones de mujeres que pueblan el mundo-mundial son o serán milfs y que en todas partes hay y habrá sujetos a quienes se les llenarán sus cerebros de magma y azufre, cuando estén frente a ellas y las vean y las detallen y las perfilen y perciban la atmósfera que se apodera de la estancia donde ellas se presenten.

Mujeres de todos los colores, de todos los sabores, de todos los tamaños, de todos los planetas, de todos los tiempos, de todos los kilos... Mujeres planas, maduras, turgentes, flacas, serias, macizas, reilonas, safriscas, frívolas, intensas, dulces, amorosas, maternales, rudas, tímidas, milfs… Las queremos, las deseamos, las adoramos...

Ustedes son la gloria y la felicidad.



http://www.robertoecheto.blogspot.com

Ventana

Adriana Bertorelli


Salgo de la ducha. Entro en la penumbra de mi cuarto. Me seco. Me detengo en los senos, en la cintura, en el ombligo. Cuando alzo la vista me percato de algo que me mira desde la ventana de enfrente. Alguien. Miro de reojo. Me encanta sentirme observada. La toalla juega con mi entrepierna. Monto el pié derecho al borde de la silla. Me doy vuelta y me agacho para secarme o pretender que lo hago. Me inclino más para que el intruso me vea aún mejor. Siento una flor roja que me brota desde el centro y me humedece. Dos grandes pétalos que se abren hambrientos. Mi planta carnívora. Vuelvo a mirar y me doy cuenta de que no son dos ojos sino cuatro. Miro de nuevo. Cuatro pequeños ojos. Once, doce años, supongo. Me encanta alimentar sus pequeñas erecciones. Detrás de la persiana entreabierta intuyo un olor a saliva y a tiza, a recreo y a goma de borrar. Me imagino sus manos pequeñas, nerviosísimas procurándose placer. Me asomo por entre mis piernas y me río. Se saben observados por mí mientras me observan. Me lamo los muslos, comiéndome. Prendo una luz lejana. Ahora me ven a contraluz poniéndome unos zapatos negros de tacón altísimo y les bailo. Les doy la espalda y muevo mi cabeza, barriendo el aire con mi cabello mojado. Mis caderas se mueven lentamente y juego a tocarme. Acelero los muslos, las nalgas, las caderas en círculos furiosos. Intuyo sus caritas detrás de la ventana. Imagino qué contarán mañana en el colegio o siquiera, si se atreverán a contarlo. Los deseo aterrados, el corazón que se les sale por la boca, masturbándose torpemente, eyaculando sin control. Manchándose de su propia leche y ensuciando la cortina o la alfombra. Gimiendo en esa pequeña voz aguda que aun no comienza a cambiar. Me abro las nalgas e imagino que miran hacia adentro. Aquí se pueden perder. Aquí entran y no salen jamás. Casi puedo escuchar su respiración, su ruego. Quisiera tragármelos y escupirlos. Quisiera sentir sus manitas tocándome, aterradas. Tontos niños aturdidos. Tanta carne, tanta hembra, demasiado ardor. Oigo la puerta. Mi marido que entra al cuarto. Por qué tardas tanto. Miro a la ventana. Voy, mi amor. Ya voy a estar lista.

Sea V.J. Porno en un día (*)

Joaquín Ortega



Instrucciones:

Primero: abra los tres archivos.

Segundo: deje que se carguen -o se “bufereen”- en su máquina.

Tercero: déle play al mismo tiempo a los tres.

Cuarto: sí se acaba alguno de ellos, reinícielo ad libitum.

(*) De la Serie Microsurrealismo Uno. Expo Sitio Vid e Arte: Una contra el VIH. Santurce, 2008.


¡Sugerencia trascendentalísima!: abrir los tres archivos a la vez, mientras se acaricia con disimulo la parte interna del muslo. Luego, disfrutar de audio y video concurrentemente. A todos… ¡Milf gracias!











Créditos:

Primer video: Los 7 segundos o "A Word For A MILF". Los Angeles, 2008. Joaquín Ortega

Segundo video: Belmont años 70. ¿Rubartelli y Bolívar Fims?... ¡que alguien me ilustre!

Tercer video: Así se matan los zancudos en Irak. Ídem



http://www.joaquinortegascripts.blogspot.com

Sinseso y la teoría de las hiper-mujeres

Fedosy Santaella


Ya sabes, a Sinseso siempre le pasan cosas. Aunque él ya está acostumbrado y se toma el asunto con humor. En los últimos años hasta anda medio fanfarrón. La vida de los tímidos es dura, y cuando un tímido reacciona, exagera. Demasiados años viviendo en el miedo te vuelven temerario. Tan temerario como lo fue aquella noche en uno de esos locales del Centro Comercial San Ignacio.

La cumpleañera había elegido aquel lugar porque estaba de moda y porque era noche de “famosos”. Es decir, alguien “famoso”, un locutor, un actor, cualquier estúpido de la farándula, iba y ponía su música; era un “selector”, como le dicen ahora. Eso hacía felices a todos, menos a Sinseso quien, como siempre, abomina de sitios como ése. Nunca les ha visto la emoción, en verdad. Pero él estaba ahí por Maigualida, quien es jefa de cumpleañera, y tiene además la sana costumbre de no perderse un guateque. Sinseso ama a su bella MILF, eso ya todos lo sabemos.

Menos mal que estaba uno del trabajo de su mujer que le cae bien. Edward, un tipo campechano, sin pretensiones, y lleno de un odio acérrimo a los enanos pretenciosos que se visten de negro y se creen artistas.

Ahí estuvieron hablando un rato. El local se llenaba más y más. El volumen de gente no era normal. En otro tiempo, Sinseso hubiera salido corriendo, pero ya sabes, se ha convertido un tipo duro.

En cierto momento, Edward y Sinseso se sintieron apretujados y reducidos. Estar sentado casi siempre es un privilegio. Pero en un sitio que excede su aforo y se ve colmado del fashion nocturno, estar setando resulta más bien una humillación, un castigo que te reduce a la categoría de poca cosa, de idiota excecrado. Así que aquellos dos se pararon y se pusieron a mirar. Porque había mucho que mirar, cabe decir. Curvas, volúmenes, todo eso que un hombre disfruta de las mujeres. (Si existe acaso una remota posibilidad de telepatía entre dos hombres, debes buscarla precisamente en este momento, es decir, cuando están mirando mujeres.)

Varias personas, amigos de trabajo de Edward, se fueron acercando. Si alguno de ellos no era conocido de Sinseso, Edward los presentaba. Los recién llegados se quedaban unos minutos y luego seguían en lo suyo.

Estaban ahí con un tercero que acababa de unírseles, cuando Sinseso vio a las rubias. Platinadas, claro. Apretaditas, por supuesto. Operadas, obviamente. Estaban riquísimas, cómo no. Tan exageradamente ricas que parecían actrices porno. Sinseso lo dijo. Es decir, señaló al par de rubias y comentó:

—Mira esas dos, parecen un par de actrices pornos.

Ahí mismo, el recién presentado —a quien llamaremos Walter— dijo:

—Ellas andan conmigo.

En otra época (y disculpen que insista con lo de otras épocas), Sinseso hubiera salido corriendo, o se hubiera desmayado, o qué sé yo qué cosa horrible; pero ya Sinseso no es así. Sinseso ahora es todo un desfachatado; así que no dudo en replicar:

—¡Coño! ¿Y alguna de ellas es tu novia?

Walter, el dedo gordo metido en el cinturón, el trago en la otra mano y las piernas abiertas, respondió con gesto negativo y mirando para otro lado.

—Pero estás saliendo con una de ellas —indagó el otrora tímido Sinseso.

Walter, en la misma posición vaquera, volvió a negar con la cabeza y siguió viendo para otro lado.

—Bueno, entonces no hay problema, ¿no? —concluyó nuestro amigo, y luego—: Ojo, no estoy diciendo nada malo de ellas. Putas no les estoy diciendo. Sólo digo que parecen actrices porno. Y esa es una verdad innegable. Pero fíjate, tal cosa les pasa a las mayorías de las mujeres hoy en día. A las jóvenes, pero sobre todo a las MILF. Yo creo que la culpa la tienen los maricos locas y su sentido de lo estético, que está muy relacionado con lo virtual. Porque lo virtual todo lo potencia, todo lo lleva a los extremos. Baudrillard dice que la virtualidad es la imitación de la imitación. Pues bien, yo creo que algo que se imita repetidas veces termina siendo una figura grotesca. La imitación de la imitación es lo grotesco. El porno, si te pones a ver también es virtualidad. Acontece ante tus ojos, pero convertido en píxeles. Y de algún modo, la virtualidad es aséptica. Esas mujeres quieren exudar sexo, pero sexo virtual, sexo aséptico. Son una vitrina, no están disponibles. Son más beatas que una monja. Pero volvamos a los maricos locas. La mayoría de ellos son hiper-mujeres. ¿Por qué? Porque quieren ser más mujeres que las mujeres. Saben incluso cómo ser más mujeres que las mujeres. En el canal donde yo trabajo, por ejemplo, hay un marico loca que es director de casting, es decir, el jefe de las presentadoras del canal. ¿Y sabes que le dice el marico loca a las jevas? Bueno, les dice que si quieren triunfar en ese negocio, si quieren ser las mejores animadoras, tienen que sacar el marico que llevan por dentro. A las muchachas les dice eso, que tienen que sacar el marico que llevan por dentro. ¿Qué tal? Es decir, les dice que se conviertan en una hiper-mujer virtual y grotesca. Y si te pones a ver es verdad: Las mejores animadores de televisión no son mujeres, son hiper maricos locas, hiper-mujeres virtuales. ¿Qué tenemos ahí? Pues la imitación de la imitación de la imitación que lleva a lo grotesco. Ya las mujeres para ser mujeres tienen que imitar a las no-mujeres que a su vez son hiper-mujeres. Y todo esto viene de los maricos locas. Pero tú te preguntarás: “¿Ajá, y cómo pasamos de los maricos locas a la proliferación de hiper-mujeres?" Pues tienes un gran medio, el más grande de todos los medios: El Miss Venezuela. ¿Saben por qué el Miss Venezuela? Muy sencillo, porque todos los maricos locas de este país trabajan en el Miss Venezuela. ¿Y qué ha hecho el Miss Venezuela? Marcar la pauta de la belleza venezolana. Así de sencillo. Pero saben ¿qué? No me importa, me encanta la virtualidad y lo grotesco. Me encanta la hipérbole de la carne, y la aplaudo. Eso sí, no me gustan los maricos, ni las locas. Allá ellos.


Sinseso estaba exaltado, orgulloso de sí mismo. Eso nos pasa a veces, ¿no? Que conversando descubrimos pensamientos, cosas geniales que consideramos (quienes las acabamos de decir) supremamente originales.

Edward y el tal Walter no dijeron nada. Walter no había dejado de mirar para otro lado, y Edward parecía estar muy concentrado en los hielos de su trago. Sinseso se dijo que aquellos dos eran un par de envidiosos que no quería reconocer su genialidad, pero al mismo tiempo presentía que algo no estaba bien.

—Me tengo que ir —dijo Walter, y por fin miró a alguien. A Edward.

Edward asintió y le dio una palmada en el hombro. Walter se fue, sin echarle si quiera una mirada a Sinseso. Pero a Sinseso le dio igual. Aquel muchacho no era más que un envidioso con poco sentido del humor.

—Bueno, todo lo que dije es verdad —dijo Sinseso.
—Sí —dijo Edward—. Una maravilla todo.
—Y nunca hablé mal de sus amigas.
—No, pero yo creo que ése no es el problema.
—¿Ah, no?

Edward bebió, miró hacia el fondo y luego a Sinseso.

—No, mi pana, lo que pasa es que el carajo ése es marico.

Sinseso tomó un poco de su coca-cola. No quería ver hacia donde estaban Walter y sus amigas hiper-porno-mujeres.

—Bueno, tampoco hablé mal de los maricos. De las locas nada más —dijo finalmente.
—De las locas nada más —dijo Edward. Bebió otra vez y dijo, como si nada—: No le pares bolas a esa vaina, mi pana.
—Es verdad, no joda —dijo Sinseso todo fanfarrón.
—Además, loca o no, ¿quién le manda a marico?
—Sí, quién le manda a marico —respondió Sinseso, y bebió más coca-cola y siguió viendo mujeres, deliciosas jóvenes, magníficas MILFs, todas muy porno, como él le gustan.



http://www.fedosysantaella.blogspot.com

El color de la temporada

José Javier Rojas


Se lamentaban en la prensa española de hace un año los amigotes del alma, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte, el que ya no haya mujeres como las de antes. De esas de bandera, de infarto, como Sofía Loren. La Loren, madre mía, la Loren. Basta con nombrarla. La nave insignia de esas estrellas italianas que de un pestañazo nos ponían a salivar y cuando nos apuntaban desde la pantalla con esos sostenes balísticos nos rendíamos en el sitio temblando de gusto. Pues me dirán con razón, y en dónde nos dejas tú a la Bellucci, imbécil (me dirán a mí imbécil, a Pérez-Reverte mejor no le digan nada, que se los casca). El artículo está disponible en su página, consultable aquí, a ver si se atreven a hacerle un desplante ustedes que los quiero ver. Hace poco, Don Arturo enderezó las alforjas en su columna y repartió leña salomónica a la otra mitad de elenco, faltaría más que no nos tocara nuestra merecida parte. No tanto para agradar a sus lectoras y hacerles justicia, que no es el de Cartagena señor de recoger velas para congraciarse con nadie, sino para insistir en el punto sin distraer a las señoras con el argumento falaz de misoginia y toda esa baba académica: amigos, el nuestro es un mundo chato, una época paleta, una cultura vulgar, crasa, cutre y cafre.

(Esto es lo que queda de Jenna)

No me vengan a mí con historias después de viejo. No me levanten el dedito mientras se comen culposos una arepa pringosa en la madrugada. Con un fariseo refresco light, eso sí, para mantener el tipo, porque hay cada iluso. Yo los conozco. Son todos monos. Todos. No que haya nada vulgar y craso en la arepa. Ni en el refresco, aunque sea light. Lo vil no está en la mesa, o en el servicio (aunque suela ser fatal) está en el comensal.

No hay atenuantes, ni salvavidas y mucho menos coartadas, por más que se elaboren y sofistiquen para distraer: tienen, tenemos, el alma cochambrosa y la mente pútrida. Los cables quemados. ¿Cómo lo sé? ¿Cómo me atrevo? Por su aspecto se delatan. Como los vampiros, que no se reflejan en los espejos, aquí la prueba del espejo es irrefutable. ¿Será por la pinta? ¿Será por el pelo? Por el Porno Look las conocerás. Se evidencian nuestros valores en nuestras prioridades, nuestras verdaderas primeras necesidades son una lipo, una mamoplastia de aumento, un batería de piercings al voleo y una miríada de hipodérmicas con botox que ríete de los cenobitas de Hell Raiser. Ya las adolescentes histéricas tienen el microchip activado por sus mayores y se quieren mutilar desde chiquitas. Tanto nadar en la emancipación de la revolución sexual para ahogarse en la orilla del Fashion Emergency y del Extreme Makeover.

(Esto es lo que queda de Jenna 2)

No hay que elaborar mucho más en el tema. Aunque sean Mantuanas Indómitas, Lúbricas y Fabulosas, aunque en el fondo quede un resabio humano de lo verdaderamente divino de ellas, al final siempre serán sólo unas cosas, unas acomplejadas MILF. Repito, no hay atenuantes, acaso más bien puros agravantes, porque hoy sabemos más y no podemos alegar inocencia o ignorancia. Lo peor de todo es que si ellas son hipersexuadas muertas vivientes, inexpresivas muñecas contranatura, nosotros somos por extensión y conclusión lógica los necrófilos que las deseamos y coleccionamos. Y exhibimos como trofeos, cuando al fin las conquistamos.

A eso hemos llegado.

Lo feo es bello. Muerto es el nuevo vivo.

George Romero, ora pro nobis.

DES-PECHO ES-TRECHO

"Darkmar" Hernández


Drama en dos actos… ¡y contando!

“Coooñooo párala ya, drama queen. A lo hecho pecho, mana. El momento de arrepentirse pasó la fecha de vencimiento, amiguita”, repite una y otra vez la flaca con los ojos borrosos de tanto humo, cervezas en lata y sueño atrasado post parciales de fin de semestre. Aún no son las doce y en aquel horizonte de gritos, gente y empujones sólo se avizora más cátedra de filosofía barata enfundada en puntiagudos outlet de goma. Ella, a mitad de carrera, con agenda de rumbas confirmadas de aquí a tres años, resuelta pero tan resuelta a no dejarse embarcar con compromisos o promesas de ningún tipo. Yo, con mis treinta y pico tatuados en la frente y colgando en la flacidez de mis aposentos, descubriéndome cansada de beber parada, tragando humo, apretujada y para colmo de males extrañando al Cuchito. Esto es demasiado.

“Si estuviera mi Cuchito”, pienso. Miro hacia la entrada. Trato de seguirle la conversación a la flaca, pero finalmente no puedo o no quiero. Siempre me ha ladillado, —con d intervocálica— hablar con tanto ruido. Lo extraño y sufrir el tuétano de su ausencia cancela todo deseo de ser feliz.

Él era estrecho. Estrecho al hablar, al reír, al vestirse. Estrecho de tamaño, de carro, de sexo, de gustos y opiniones. Nos conocimos gracias al cliché de la casualidad durante una conferencia de Monsiváis en el Aula Magna; distraída yo en mi lectura de turno esperando el inicio del encuentro; acodado él a mi lado, con mirada fija, postura rígida, inmutable; sin estornudar o aclararse la garganta.

—Este carajo es más feo que una foto de crucigrama.

Los aplausos de bienvenida ahogaron mi carcajada. No volvió a hacer otro comentario, pero soltó una risita burlona cuando comenzó el desfile egótico de preguntas. Al tercer bis de aplausos tomé el bolso dispuestísima a irme y me bloqueó la salida: “¿Cómo que te vas?, ¿y el café?” “¿El café?”, pregunté realmente sorprendida. “No me digas que tengo que darte explicaciones, que eres fea, pero cara de bruta no tienes”, me espetó.

Y nos hicimos inseparables.

Sin cuentos, encuentros previos, preguntas ni test de compatibilidad. Para él todo estaba claro: mis amigos “unos maricos”, mis amigas “necesitan marido”, mi mamá “una ladilla”, mi papá “una ladilla”, mis hermanas “unas mamis” y sus novios, “unos pajúos”, mi hermano “una ladilla”, mis lecturas “una pérdida de tiempo”, escribir “pa´ trasnochados”, política “otra ladilla”. Era perfecto. Nada que demostrar, nada por explicar; todos los prejuicios consolidados en una sola persona. Y fui feliz. Ahora leía sin tener que exponer sesudamente mis conclusiones al respecto, en el cine era incapaz de interrumpirme con frases como “y el maestro Buñuel retorciéndose en su tumba” o “excelente fotografía”; se dejaba conducir con la misma disposición a mi restaurante favorito o al carrito más cutre de Sabana Grande. Se dejó bautizar con un sobrenombre y de ahí en adelante fuimos Cuchito y yo.

Me saltan las lágrimas cuando recuerdo el sexo con mi Cuchito. Era lo máximo. No exigía nada. Dios, yo era tan feliz. En más de una ocasión me he descubierto temblorosa y aferrada a mis disfraces, buscando su olor en las sábanas tras el gesto inútil de revolverse sobre telas que han pasado por la lavadora varias veces desde su partida. Días y noches pensando en cómo traerlo de vuelta. Oliendo a cloro y a suavizante, llorando hasta quedarme dormida…

Todo cambió.

Un día veíamos Delicatessen y reí unos segundos antes de la escena en la que todos los personajes llegan al clímax y se rompen al unísono resortes, cuerdas y tirantes. Era la primera vez en mi vida que veía cómo se le arrugaba la frente a Cuchito. Me preguntó —así, en medio de la película— si ya la había visto. Le respondí que “sí” y volví el rostro hacia la pantalla. “¿Cuándo?”, volvió a preguntar. “Hace como diez años” dije, incómoda. “¿Con quién?” “Bueno, con un noviecito de la universidad”. Al rato ya había terminado la película y todavía respondía preguntas, contaba detalles, enumeraba pasajes de mi vida amorosa, lloraba, reía.

Aquella noche me tocaba el disfraz de abogada sedienta de justicia, —uno de sus favoritos— así que corté las dos horas de confesión y me apresuré a arreglarme. Cuando al fin había logrado domesticarme el cabello y había hecho mi entrada triunfal con orden de embargo en mano, Cuchito dormía o fingía hacerlo. Aquello fue sólo el inicio del descalabro. Contarle mi pasado anuló por completo nuestra posibilidad de ser felices. Cuánto me arrepiento.

Un día Cuchito comenzó a actuar en correspondencia con la síntesis curricular que pudo armar a partir de los rasgos relevantes de mis amantes. Criticaba mis lecturas, me obligaba a ir a todos los bautizos de libros, discos, inauguración de locales, conferencias, cine foro, Oración fuerte del espíritu santo y eventos publicados en Internet. Persiguió a mis amigos en un adolescente intento de hacerse de un grupo. Me regaló algunos CD que ya tenía, repetía frases y actitudes, imitaba a mis novios, no había duda. También quería ser visto, reconocido, apreciado, como si de aquel amasijo de anécdotas hubiese nacido un monstruo galáctico con pretensiones postmodernas y complejo de Manu Chao después de Clandestino. Pero eso no era lo peor, mis hermanas se quejaban de que Cuchito las espiaba en su Hi5 y les preguntaba todo tipo de detalles sobre mis ex novios. Algunos amigos me comentaban sorprendidos “Eesooo, tu Cuchito fue al recital ayer”, “Cuchito es mi amigo en Feisbuc”, “Cuchito está montando un local arrechísimo”, “Cuchito publicó un libro”, “Cuchito montó una revista”, “Cuchito creó un grupo donde sólo se aceptan Cuchitos”, “Qué bolas tienes tú de haber terminado con Cuchito”…

Aclaro: No terminé con Cuchito. Encarnó un collage con todos los finales de mis relaciones y en una semana peleó, discutió, anunció la ruptura, volvió, comenzó a salir con otra, volvió, recogió sus cosas y se marchó. Cuchito sabe que sufro y no le importa. Traté de hacerle ver su error, recordarle que él era un estrecho distinto a todos y que precisamente por eso lo amaba. Nada.

Traté de distraerme, salir con otras personas, pero no puedo dejar de pensar en Cuchito, Voy a los recitales, lo escucho en la radio, lo leo. Lo imagino callado, entrando en cualquier momento, rodeado de la corte de neocuchitos que le acompañan. No puedo dejar de ver la puerta mientras la flaca sigue hablando; yo, con mis treinta y pico tatuados en la frente, descubriéndome cansada de beber parada, tragando humo, apretujada y esperando a que aparezca Cuchito. Esto es demasiado.




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Las MILF de Carlos Zerpa


HERMANOS CHANG
VAN ANEXAS LAS FOTOS DE MIS SIETE MILF
NO LAS CONOZCO NI SÉ SUS NOMBRES...
PERO DURANTE MUCHO TIEMPO
HE GUARDADO ESTAS FOTOS EN MI PC
SON MIS FANTASÍAS SEXUALES
MIS SUEÑOS HÚMEDOS



















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Videotape

Humberto Valdivieso



1. Siete segundos cortados del final.

Fue ahí donde habían filmado (en formatos insólitos), argumentos, gemidos y manías.

También lamieron la base de sus párpados dejando rastros de videotape. Tiempo después sólo hallaron unos planos que reproducían escenas de huellas digitales, algunos que temblaban entre las marcas de los dedos hincados sobre el monitor, y otros, los más inocentes, que habían perdido el audio para siempre.

Primer diálogo (referido al desasosiego):

- ¿Acaso debimos esperar?
- Tal vez esté permitido reiniciar, volver, rebobinar.
- ¿Acaso podía acabar?

2. Hubo preguntas, besos en la lengua y lágrimas exactas antes de pulsar, de nuevo, el botón de play. Las manos frías sobre la espalda caliente dejaron claro que las distancias nunca eran tan cortas y definitivas (el set de filmación no era grande). Luego descubrieron que habían sentido los mismos síntomas y les dio felicidad.

Segundo diálogo (se coló como voz en off en una escena que no correspondía):

-Lo hice en el infinito blanco durante la única pauta que tenía para sentir sus caderas fluir sobre mí.
-Cuchillo de aluminio.
-Dientes de sable.
-Uñas de hielo.

3. Sonrisas de fotomatón, piernas que tiemblan y pequeños suspiros abrían escenas de sexo en .avi, .mov y .mpg (bajo las huellas de los dedos hincados sobre el monitor). Planos de lenguas, piernas, espaldas encorvadas, uñas temerarias, piso, silla, pared y rubor en tecnicolor fueron sacados de los viejos videos de John Holmes.

Tercer diálogo (no formaba parte de un video, nadie lo dijo; sólo apareció a última hora en los Hermanos Chang):

-Espalda sangrante,
-Cuernos de aluminio,
-Voz de cuero brillante
-Vives de sexo en rgb y mueres, a diario, de mucho más que amor: en blanco y negro.

Más Chang "redio"






Y una vez más, los hermanos Chang se enorgullecen en presentar más de
la Chang "redio"




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